Qué casualidad, ayer la vi. Y yo que pensaba que ya habría desaparecido en combate. Que no sería de extrañar, vaya; su extremismo absurdo siempre la ha caracterizado. Pero bueno, que la vi. Rubia como siempre, estúpida como nunca. Vaqueritos estrechos y una camiseta azulona que, por cierto, elegí yo. Cómo no, le encantaba ir de compras conmigo.
Le temblaba el pulso, le crujían los huesos y el único momento en que se puso amable fue para pedirme dinero. Que no llevo suelto, dijo. Y que me lo devolvería, claro. Pero se fue. Se largó con la cabeza agachada, sin brillo en los ojos y sin sonrisa.
- Él es como todos, se quejó.
Y tú como ninguna y no te lo crees, idiota.
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